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Un día, a fines de junio, cuando ya habían pasado cinco años del exilio del rey Joaquín, fue cuando empecé a recibir visiones y mensajes de parte del Señor.

Yo vi en una visión una gran tormenta acercándose hacia mí desde el norte, y delante de ella una enorme nube que resplandecía con fuego, desde adentro de la cual continuamente salían llamaradas, y en el fuego mismo había algo que brillaba como el bronce pulido.

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