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Entonces todos le entregaron sus ídolos y los aretes que llevaban en las orejas. Jacob agarró todo esto y lo enterró bajo la encina que estaba cerca de Siquén. Luego emprendieron la marcha. Pasaron por varias ciudades, pero nadie se atrevió a hacerles daño, pues tenían miedo de Dios. Finalmente llegaron a Luz (que también se llama Betel), en Canaán.

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