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«Oh Señor, Dios de Israel —lloraban—, ¿por qué ha sucedido esto, que una de nuestras tribus falte?».

Al día siguiente se levantaron temprano y edificaron un altar, y ofrecieron sacrificios y ofrendas de paz en él. Y decían entre ellos: «¿Hubo alguna tribu de Israel que no estuviera representada cuando tuvimos nuestro consejo delante del Señor en Mizpa?».

En aquella ocasión se había acordado por juramento solemne que quien se negara a asistir «debía morir».

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