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Chronological

Read the Bible in the chronological order in which its stories and events occurred.
Duration: 365 days
Traducción en lenguaje actual (TLA)
Version
Josué 5-8

La noticia de que Dios había secado las aguas del Jordán llegó hasta los reyes de los amorreos que estaban al oeste del Jordán, y hasta los reyes de los cananeos. Cuando se enteraron de que todo el pueblo de Israel había cruzado el río a pie, les entró mucho miedo y no querían enfrentarse a él.

La circuncisión en Guilgal

Dios le habló a Josué y le dijo: «Ordena que se fabriquen unos cuchillos de piedra, y circuncida a los israelitas».

Josué hizo lo que Dios le había mandado, y todavía hoy el lugar donde se celebró esa ceremonia se llama Monte Aralot.[a] Fue necesario hacer esto porque todos los israelitas adultos que habían sido circuncidados antes de salir de Egipto ya habían muerto en el desierto. Todos los hombres y muchachos que habían salido de Egipto ya estaban circuncidados. Pero con los que nacieron en el desierto no se había llevado a cabo esta ceremonia. Como los israelitas anduvieron cuarenta años por el desierto, ya habían muerto todos los adultos que habían salido de Egipto. Esa gente había desobedecido a Dios, y por eso, él juró que no les dejaría ver la fértil tierra que había prometido dar a sus antepasados, donde siempre hay abundancia de alimentos. Así que Josué circuncidó a los hijos de ellos, porque durante la marcha no se había llevado a cabo esa ceremonia. Después de la circuncisión, todos se quedaron en el campamento hasta que sanaron de sus heridas.

Entonces Dios le dijo a Josué: «Ya les he quitado la vergüenza de haber sido esclavos en Egipto». Por eso hasta hoy ese lugar se llama Guilgal.[b]

10 Los israelitas celebraron la Pascua al caer la tarde del día catorce del mes de Abib,[c] mientras estaban acampados en Guilgal, en la llanura cercana a Jericó. 11 Al día siguiente comieron por primera vez de lo que producía la tierra de Canaán: granos de trigo horneados y pan sin levadura. 12 Ese mismo día el maná dejó de caer. Los israelitas ya no comieron más maná, sino que se alimentaron de lo que producía la tierra de Canaán.

Josué y el hombre con una espada

13 Cierto día, cuando todavía estaban acampando cerca de Jericó, Josué vio de pie, delante de él, a un hombre con una espada en la mano. Josué se acercó y le preguntó:

—¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos?

14 —Ni lo uno ni lo otro —respondió el hombre—. Yo soy el jefe del ejército de Dios. Y aquí me tienes.

Josué cayó de rodillas, y con gran reverencia se inclinó hasta el suelo y le dijo:

—Estoy a tus órdenes. Haré cualquier cosa que me pidas.

15 El jefe del ejército de Dios le dijo entonces a Josué:

—Quítate las sandalias, porque estás pisando un lugar santo.

Y Josué se descalzó.

Los israelitas conquistan Jericó

El portón de la ciudad de Jericó se cerró y quedó bajo vigilancia para que no entraran los israelitas. Nadie podía entrar ni salir de la ciudad. Entonces Dios le dijo a Josué:

«Voy a poner en tus manos a Jericó, a su rey y a sus mejores soldados. Tú y tus soldados marcharán alrededor de la ciudad una vez al día, durante seis días. Delante del cofre del pacto irán siete sacerdotes, cada uno de ellos con una trompeta. El séptimo día todos marcharán siete veces alrededor de la ciudad, mientras los sacerdotes tocan sus trompetas. Después de eso, ellos darán un toque largo. En cuanto lo oigan, todos los hombres gritarán con fuerza y los muros de la ciudad se vendrán abajo; entonces cada uno atacará la ciudad sin dar marcha atrás».

Josué reunió a los sacerdotes y les dijo: «¡Vamos, levanten el cofre del pacto! Siete de ustedes irán al frente del cofre, tocando sus trompetas».

Después les dijo a sus hombres: «Comiencen a marchar alrededor de la ciudad. La guardia avanzará al frente del cofre del pacto, lista para el combate».

8-9 Tal como Josué lo había ordenado, primero avanzó un grupo especial de hombres armados. Siguieron después los sacerdotes que tocaban las trompetas sin parar. Después se pusieron en marcha los sacerdotes que llevaban el cofre del pacto, y cerraba la marcha otro grupo de hombres armados. 10 Josué les había dicho a sus hombres: «Vayan en silencio, no se dejen oír. Pero cuando les diga que griten, ustedes gritarán con todas sus fuerzas».

11 Este grupo de hombres llevó el cofre del pacto alrededor de la ciudad, y después volvió al campamento para pasar la noche. 12 A la mañana siguiente Josué se levantó temprano, y mandó a los sacerdotes que volvieran a llevar el cofre del pacto. 13 Primero salió el grupo especial de hombres armados, seguido de los siete sacerdotes con sus trompetas. Después de ellos salieron los sacerdotes que llevaban el cofre del pacto y, finalmente, el otro grupo de hombres armados. 14 Ese segundo día marcharon una sola vez alrededor de la ciudad, y volvieron al campamento. Hicieron lo mismo durante seis días. 15 El séptimo día se levantaron de madrugada y volvieron a marchar alrededor de la ciudad, sólo que ese día lo hicieron siete veces. 16 En la séptima vuelta, mientras los sacerdotes tocaban sus trompetas, Josué dio la orden:

«¡Griten con todas sus fuerzas! ¡Dios nos ha entregado la ciudad! 17 La ciudad y todos sus habitantes serán destruidos por completo, como una ofrenda para Dios. Pero acuérdense de no hacerles daño ni a Rahab ni a su familia, porque ella escondió a los espías que enviamos. 18 No toquen nada de lo que hay que destruir. Si lo hacen, causarán una terrible destrucción en nuestro campamento. 19 Toda la plata, y el oro, el bronce y el hierro serán dedicados a Dios, y deben ponerse con sus tesoros».

20 Cuando los sacerdotes tocaron sus trompetas, los soldados gritaron con todas sus fuerzas y los muros se derrumbaron. Entonces todo el ejército entró en la ciudad, y cada soldado la atacó hasta conquistarla. 21 Con sus espadas mataron a todos los hombres, mujeres, niños y ancianos. Lo mismo hicieron con los bueyes, ovejas y asnos.

Rahab y su familia se salvan

22 Josué les había dicho a los dos espías: «Vayan a la casa de Rahab y pónganla a salvo, junto con toda su familia, tal como se lo prometieron».

23 Los dos espías fueron a buscar a Rahab y a todos sus familiares, y los llevaron a un lugar seguro cerca del campamento de los israelitas. 24 Mientras tanto, los soldados incendiaron la ciudad y quemaron todo, pero se llevaron la plata, el oro y las vasijas de bronce y de hierro, y todo esto lo pusieron junto con los tesoros de Dios. 25 Los únicos que se salvaron fueron Rahab y todos los de su casa. Josué la salvó porque ella escondió a los dos espías que él había enviado a Jericó. Hasta el día de hoy hay descendientes de Rahab que viven en Israel.

26 Después de la destrucción de Jericó, Josué les advirtió a los israelitas: «Nadie deberá edificar de nuevo la ciudad de Jericó. Cualquiera que trate de hacerlo caerá bajo un terrible castigo de Dios. Si alguien intenta reconstruirla, Dios hará que mueran todos los hijos de esa persona».

27 Dios ayudó a Josué en todo lo que hizo, y todo el país se enteró de sus victorias.

El pecado de Acán

En la familia de Zérah, que formaba parte de la tribu de Judá, había un hombre llamado Acán hijo de Carmí y nieto de Zabdí. Este hombre no obedeció el mandato que Dios había dado al pueblo. Dios les había ordenado destruir por completo la ciudad de Jericó, pero Acán se quedó con algunas de las cosas que debía haber destruido. Por eso Dios se enojó contra los israelitas.

Mientras tanto, Josué envió desde Jericó algunos hombres a la ciudad de Ai. Esta ciudad está al este de Betel, cerca de Bet-avén. Les dijo: «Vayan y averigüen todo lo que puedan acerca de Ai y de sus alrededores».

Los hombres de Josué cumplieron sus órdenes, y al volver le informaron: «La ciudad de Ai no es grande. No hace falta enviar todo el ejército para atacarla. Dos o tres mil hombres serán más que suficiente».

Entonces subieron sólo tres mil hombres para atacar la ciudad, pero los de Ai los derrotaron, obligándolos a abandonar la ciudad y a huir por una colina, hasta unas canteras. Al bajar por la colina, los de Ai mataron a treinta y seis israelitas. Eso hizo que los israelitas se acobardaran y tuvieran miedo.

Josué y los líderes israelitas se acercaron al cofre de Dios, rompieron su ropa y se echaron ceniza sobre la cabeza para mostrar su gran tristeza. Luego se inclinaron hasta tocar el suelo con su frente, y así permanecieron hasta que anocheció. Y Josué dijo:

—Dios nuestro, que gobiernas sobre todos, ¿para qué nos hiciste cruzar el Jordán? ¡No creo que haya sido para entregarnos a los amorreos, ni para destruirnos! ¡Ojalá nos hubiéramos quedado del otro lado del río! Dios mío, nuestro ejército se ha acobardado y huye, ¡y no sé qué decir! Cuando lo sepan los cananeos y todos los que allí viven, nos rodearán y nos matarán. ¿Qué harás entonces para que no digan que fuiste incapaz de proteger a tu pueblo?

10 Dios le respondió a Josué:

—¡Ponte de pie! ¿Por qué te quedas tirado boca abajo? 11 Lo que pasa es que los israelitas han pecado. Yo les ordené que destruyeran todo lo que había en la ciudad de Jericó. Era un trato que habíamos hecho. Pero se quedaron con algunas de esas cosas. Se las robaron, las escondieron entre sus pertenencias, y luego mintieron acerca de lo que habían hecho. 12 Por eso los israelitas no pueden vencer a sus enemigos. ¡Huyen porque ellos mismos merecen ser destruidos! Yo no voy a ayudarlos mientras no destruyan las cosas que les prohibí tocar. 13 ¡Vamos! Ordénale al pueblo que se purifique y se prepare para mañana. Dile lo siguiente: “El Dios de Israel dice que les ordenó destruir todo lo que había en la ciudad de Jericó, pero que ustedes se quedaron con algunas cosas que debían haber destruido. 14 Por eso reúnanse mañana y agrúpense por tribus.[d] De la tribu que yo señale, pasarán al frente todos sus grupos familiares, y del grupo familiar que señale pasarán al frente todas sus familias. Luego de la familia que señale pasarán al frente todos los hombres, uno por uno. 15 Y el hombre que yo señale será el que tiene lo que se debía destruir. Quémenlo vivo, junto con su familia y todo lo que posee, por no haber cumplido con el trato hecho con nuestro Dios. Lo que ha hecho es una vergüenza para Israel”.

16 A la mañana siguiente se reunieron los israelitas. Josué hizo que las tribus se acercaran, una por una, y fue señalada la tribu de Judá. 17 Luego se adelantaron uno por uno los grupos familiares de Judá, y fue señalado el grupo de Zérah. Al acercarse el grupo de Zérah, fue señalada la familia de Zabdí, 18 la cual hizo pasar uno por uno a todos sus hombres. Entonces fue señalado Acán, hijo de Carmí y nieto de Zabdí, de la tribu de Judá. 19 Josué le dijo a Acán:

—Hijo mío, dime la verdad delante del Dios de Israel; confiesa lo que has hecho. No trates de engañarme.

20 —Es cierto —le respondió Acán a Josué—. ¡He pecado contra el Dios de Israel! Lo que pasó fue 21 que entre las cosas que tomamos vi una hermosa capa babilónica, dos kilos de plata, y una barra de oro que pesaba más de medio kilo. Tanto me gustaron esas cosas que las guardé y las enterré debajo de mi carpa. La plata está en el fondo.

22 Josué mandó a unos hombres a la carpa de Acán. Ellos fueron corriendo, y encontraron allí todo lo que Acán había enterrado. La plata estaba debajo de todo. 23 Luego salieron de la carpa con todo aquello y se lo llevaron a Josué, que estaba con el pueblo. Depositaron aquellas cosas en presencia de Dios. 24 Entonces Josué y todos los israelitas llevaron a Acán y lo robado al valle de Acor.[e] También llevaron a sus hijos e hijas, y a sus bueyes, asnos y ovejas, su carpa y todo lo que tenía. 25 Allí Josué le dijo: «¿Por qué nos has causado tanto mal? Ahora Dios te va a causar mal a ti».

Los israelitas lo mataron a pedradas, y también a su familia. Luego le prendieron fuego a todo, 26 y colocaron un montón de piedras que todavía está allí. Por eso el lugar se llama valle de Acor. Así Dios calmó su enojo.

Josué ataca la ciudad de Ai

Dios le dijo a Josué:

«¡Ánimo! ¡No tengas miedo! Sube a la ciudad de Ai con todos tus soldados. Yo te daré la victoria sobre su rey, su gente y su territorio. Harás con la ciudad y con su rey lo mismo que hiciste con Jericó. Esta vez podrás quedarte con sus bienes y sus animales. Ordena que una parte del ejército se quede al otro lado de la ciudad, para atacarla por sorpresa».

Al prepararse para subir a Ai, Josué escogió a un ejército de treinta mil soldados, a los que envió de noche. Les dijo:

«¡Escuchen! Escóndanse detrás de la ciudad, no muy lejos de ella, y prepárense para atacarla. Yo me acercaré por el frente con los demás soldados. Cuando la gente de Ai salga a atacarnos, huiremos como la vez pasada. Ellos pensarán que estamos huyendo otra vez, y nos perseguirán. Así los alejaremos de la ciudad. Entonces ustedes saldrán de su escondite para atacar la ciudad; porque nuestro Dios, nos la va a entregar. Cuando la hayan tomado, le prenderán fuego como ordenó Dios. Éstas son mis órdenes».

Así los envió Josué al oeste de la ciudad, al lugar donde debían esconderse entre Betel y Ai. Los hombres se fueron allá, mientras que Josué pasó esa noche con su ejército.

10 A la mañana siguiente, Josué se levantó temprano y reunió a los soldados. Se puso al frente de su ejército, y junto con los líderes israelitas marchó hasta la ciudad de Ai. 11 Se detuvieron frente a ella y acamparon. Había un valle entre el campamento y la ciudad. 12 Josué ordenó que cinco mil hombres se escondieran al oeste de la ciudad, entre Betel y Ai. 13 La mayor parte del ejército acampó al norte, y el resto, al oeste de la ciudad. Josué pasó la noche en el valle. 14 Cuando el rey de Ai vio al ejército de Josué, salió enseguida con sus hombres. Bajaron en dirección al valle del Jordán para pelear allí contra los israelitas, sin saber que la ciudad iba a ser atacada desde atrás. 15 Josué y sus hombres hicieron como que retrocedían y huyeron hacia el valle del Jordán. 16 Todo el ejército de la ciudad salió a perseguirlos, mientras los israelitas hacían que se alejaran más y más de la ciudad. 17 Ni en Ai ni en Betel quedó un solo soldado; todos persiguieron a los israelitas, dejando abierto el portón de la ciudad.

Captura y destrucción de Ai

18 Dios le dijo a Josué: «Apunta con tu lanza hacia la ciudad de Ai, porque yo te daré la victoria».

Entonces Josué extendió el brazo y apuntó con su lanza hacia la ciudad. 19 Al ver que Josué levantaba su lanza, los soldados que estaban escondidos salieron corriendo, se apoderaron de la ciudad y le prendieron fuego. 20-21 Cuando los hombres de Ai se dieron vuelta, vieron que el humo subía hasta el cielo. También Josué y sus hombres vieron el humo, y supieron que los otros soldados israelitas habían tomado la ciudad y le habían prendido fuego. Los de Ai no tenían hacia dónde escapar, así que Josué y sus soldados se volvieron y comenzaron a matarlos. 22-23 Los israelitas que habían quemado la ciudad salieron de allí, rodearon a los de Ai y los mataron a todos. No se escapó ninguno, a excepción del rey, quien fue capturado y llevado ante Josué.

24 Así fue como los israelitas acabaron con todos los de Ai que estaban en el valle y que habían salido a perseguirlos. Después volvieron a Ai y mataron a todos los que estaban en la ciudad. 25-26 Ese día, mientras Josué mantuvo su lanza en dirección a la ciudad, los israelitas mataron a todos los habitantes de Ai, que eran unos doce mil entre hombres y mujeres. 27 Los israelitas se quedaron con los animales y con todo lo que había en la ciudad, porque Dios le había dicho a Josué que podían hacerlo. 28 Luego Josué ordenó que se prendiera fuego a la ciudad de Ai, hasta dejarla en ruinas, como todavía puede verse. 29 También mandó que colgaran de un árbol el cuerpo del rey de Ai, y allí lo dejó hasta el anochecer. A esa hora mandó que bajaran el cuerpo, y que lo tiraran a la entrada de la ciudad. Después lo cubrieron con un montón de piedras, las cuales todavía están allí.

Josué lee la Ley en el monte Ebal

30 Más tarde, Josué mandó levantar en el monte Ebal un altar al Dios de Israel. 31 Lo hizo siguiendo las instrucciones que Moisés, servidor de Dios, le había dado a los israelitas. Dice en la Ley de Moisés: «Harás un altar de piedras enteras, es decir, que nadie haya cortado». Allí ofrecieron varias ofrendas a Dios.

32 Todos los israelitas vieron cómo Josué grabó sobre esas piedras la Ley que Moisés había dado. 33 Todo el pueblo de Israel y los extranjeros que vivían con ellos, junto con todos sus líderes, se reunieron en dos grupos. Se pusieron uno frente al otro, teniendo entre ellos el cofre del pacto. Detrás de un grupo quedaba el monte Guerizim, y detrás del otro, el monte Ebal. Junto al cofre estaban los sacerdotes descendientes de Leví. Moisés les había dicho que se formaran así cuando los sacerdotes dieran la bendición al pueblo. 34-35 Luego, Josué leyó en voz alta todo lo que está escrito en el libro de la Ley, incluyendo las bendiciones y las maldiciones. Todos los israelitas estaban presentes: hombres, mujeres, niños y extranjeros.